EL DESEO DE SU VIDA

by - 16:10



Hace unas semanas envié un relato a un concurso de una página web. No ha sido seleccionado para salir en el libro, pero a mí me gustó tanto escribirlo, que quería compartirlo con vosotr@s. 

Quien me conoce sabe la pasión que siento por Italia en general y por Roma en particular. Yo sentí estar allí mientras lo escribía, espero que quien lo lea sienta lo mismo. No ha sido seleccionado, pero ahora lo podréis disfrutar en este blog. 




Disfrutad de un paseo por Roma.




Daniela se encontraba enfrente de uno de sus monumentos preferidos en toda Roma. Estaba sentada en los pequeños escalones que se situaban justo delante de la Fontana di Trevi.
Era sin duda alguna su lugar en Roma. Sentarse allí con su cuaderno de dibujos y retratar a las personas que allí estaban o escribir lo primero que se le pasaba por su cabeza, era la forma que tenía de despejar su mente después de un día intenso de trabajo. Perderse entre tantos turistas que la visitaban cada día, y dejar de escuchar sus voces mientras ella simplemente trazaba líneas en el papel.
Hacía seis años que había aterrizado en Roma con una beca para trabajar como guía en una empresa italiana, pero no fue lo que ella esperaba, no salió de la oficina durante varios meses. Así que después de aquella experiencia montó una pequeña agencia de guías con una amiga que conoció en la empresa. Ella quería descubrirles a los turistas su Roma, aquella que estaba en su recuerdo de la primera vez que viajó allí. Cómo las calles la enamoraron, cómo todos aquellos monumentos le contaron la verdadera historia romana, cómo se enamoró de Roma y de Giacomo. No era lo que ella quería ni lo que esperaba, pero así sucedió. Fue un amor intenso durante las dos semanas que Giacomo estuvo a su lado. Después tuvo que volver a Nápoles para hacerse cargo de la empresa familiar y aquella magia que se había formado entre ellos dos tuvo que ponerse en stand-by durante un tiempo, durante demasiado tiempo. Pero Giacomo le prometió que cada 13 de junio se encontrarían pasase lo que pasase en aquella plaza para celebrar la fiesta de las fresas y el día que se conocieron. Daniela sonrió al recordar cómo llegaron a aquel trato.

Un caluroso día de junio cinco años atrás, exactamente un 13 de junio se conocieron. Daniela había terminado su turno de trabajo y estaba en la fuente de la Piazza di Spagna, con una cesta de fresas, sentada en la pequeña barandilla de la fuente de la Barcaccia, situada justo enfrente de la escalinata.
Giacomo se fijó en ella porque iba vestida con un vestido blanco vaporoso, con una carpeta en su mano y comiendo fresas, como si estuviera muy lejos de aquel ruido que había en la plaza, dónde los turistas gritaban, sacaban fotos y molestaban a Giacomo, no permitiéndole ver a aquella preciosa mujer que pasaba por delante de él. Se levantó de la escalinata y ajeno a los gritos de sus amigos, bajó las diez escaleras hasta acercarse a la Barcaccia. Daniela paseaba buscando un lugar en especial de la fuente. Se levantó el vestido y sin dudarlo un segundo se sentó en la barandilla e introdujo sus pies dentro del agua. Cualquier otro turista hubiera sido sacado en dos segundos por los Carabinieri, pero cuando pasaron a su lado, la saludaron por su nombre y la sonrieron. Aquel gesto le hizo sonreír a Giacomo. Daniela no se quedó sentada mucho tiempo en la barandilla y cinco minutos después estaba sentada en la piedra de la fuente con el vestido por encima de sus muslos y las piernas sumergidas en el agua. Dejó la cesta de las fresas en el suelo y sacó de su bolso chocolate. Giacomo intrigado se sentó cerca de ella, pero sin querer que se notase su interés por ella. Pero hasta sus amigos que estaban a diez o veinte metros de él, gritaban su nombre haciéndole agachar la cabeza avergonzado. Lo que gritaban se escuchaba entre las voces de los turistas.
—Interesante. —Daniela no se pudo contener y se echó un poco para delante para ver al hombre que la había estado observando durante diez minutos en silencio—. Sí. Giacomo. Tu nombre se ha oído por toda la plaza.
—Mis amigos, tan amables y silenciosos como siempre. —
Daniela se quedó observando a aquel hombre. Pelo negro y unos preciosos ojos negros que no apartaba de ella y una sonrisa que la hizo ruborizarse. Daniela nunca se ruborizaba pero aquel hombre con nombre de casanova, lo había conseguido.
—Tú sabes mi nombre, ¿puedo conocer el tuyo?
Tendrás que esperar a ver si alguien lo grita por la plaza. —Se quedó observando a las personas que caminaban a su alrededor como si buscase cómicamente alguien que lo hiciese—. No hay suerte esta noche, Giacomo.
Se llevó una fresa a la boca y aquel simple gesto a Giacomo le pareció tremendamente sexy. Ella continuó dibujando en su cuaderno y Giacomo se acercó por detrás, curioso por saber lo que estaba haciendo.
—¿Artista? —Daniela giró la cabeza y tenía a Giacomo excesivamente cerca. Podía notar su respiración demasiado cerca de su cuello y aquello le hizo estremecer por dentro.
—No. Me gusta venir aquí y dejarme llevar.
Giacomo le quitó el cuaderno y comenzó a ojear todos los dibujos que tenía en él. Los lugares más bonitos de Roma estaban en el cuaderno de aquella desconocida sin nombre.
—Son increíbles.
—Gracias. —Daniela se levantó de la fuente y recogió la cesta ya vacía de fresas para tirarla en una papelera cercana, cuando comenzó a escucharse el rugido de sus tripas—. Dios mío. —Giacomo se quedó mirándola.
—Las fresas no son una cena.
—Lo sé, pero he acabado mi turno hace un rato en el Campo dei Fiore y había como 5.000 cestas de fresas. No me he podido resistir.
—¿Y el chocolate? —Observó como Daniela se lo guardaba de nuevo en su gran bolso.
—Fresas y chocolate, una mezcla que me encanta. —Daniela fue a pasar sus piernas por la pequeña barandilla, pero el agua de sus pies la hizo resbalarse y se vio en el agua de la fuente. Cuando abrió los ojos y no se notó empapada, los fuertes brazos de Giacomo estaban rodeando su cintura, y sus dedos la apretaban tan fuerte que los notaba demasiado cerca de su piel.
—¿Estás bien?
—Sí. —Los dos trataron de recuperar su aliento—. Tengo que tener más cuidado, siempre me pasa lo mismo. La semana pasada acabé con el culo en el fondo de una fuente. Este calor me atonta más de lo normal.
—Te invito a un trozo de la mejor pizza de la ciudad. —Giacomo la alzó en sus brazos, dejándola al otro lado de la pequeña barandilla.
—Conozco muy bien la ciudad, no puedes mostrarme nada que no conozca. —Sin soltarla la pegó a su cuerpo.
—Si te sorprendo, me dices tu nombre, si no, te dejaré en casa en una hora. Prometo comportarme como todo un caballero. —Daniela se rio nerviosa.
—Con ese nombre que tienes no sé si fiarme.

Se fio de él. Aquellos ojos negros parecían prometer tantas cosas a Daniela que lo quería descubrir. Media hora después estaban cenando la mejor pizza napolitana de toda Roma, un lugar que ella no conocía y realmente la sorprendió. Pero no se lo dijo. Giacomo notó cómo movía sus manos nerviosa y quiso poner toda la carne en el asador para conocer su nombre y la prometió llevarla al lugar más mágico de Roma. Cuando estaban llegando ella nerviosa supo dónde iban. Vivía en aquel barrio y sabía perfectamente qué es lo que iban a hacer. Por una de las calles llegaron hasta la Fontana di Trevi, dónde hicieron lo mismo que hacían todos los turistas. Tirar una moneda de espaldas a la fuente para volver a Roma. Daniela sacó una moneda de su bolsillo ofreciéndosela a Giacomo.
—Yo vivo aquí. —Giacomo agarró la mano de Daniela.
—Yo no, pero me gustaría volver aquí contigo.
Giacomo besó la mano de Daniela y lanzaron juntos la moneda. Por un instante a Daniela le recorrieron como un millón de descargas por el cuerpo. Como si todas sus terminaciones nerviosas hubieran reaccionado ante aquel tacto suave de la mano de Giacomo. Le sorprendió pero no le dijo su nombre. Durante dos semanas más ella se negó a decirle su nombre. Sabía que Giacomo se marcharía poco tiempo después y no le volvería a ver. Ella no quería sufrir, así que optó por disfrutar los días que estuvieran juntos, aunque deseaba que no terminasen nunca. Giacomo consiguió que Daniela descubriese lugares que nunca se había imaginado encontrar en Roma. Pero aquellas vacaciones terminaron en su lugar especial.
—Me voy a ir sin saber tu nombre. —Las manos de Giacomo jugueteaban con las de Daniela.
—Si el destino quiere que nos volvamos a ver, lo conocerás. —El corazón de Daniela sabía que aquello iba a ser imposible.
—Tengo que irme, pero nos vemos aquí el año que viene el 13 de junio. —Sacó una moneda de su bolsillo y se acercaron a la fuente.
—No sabemos lo que puede pasar en un año.
—Yo el 13 de junio del año que viene estaré aquí y espero verte sentada con una cesta de fresas. —Agarró dulcemente la cara de Daniela para ladear su cuerpo—. Es una cita y espero que no me falles.
Se despidieron con un beso. Ni todo el ruido que había en la Fontana rompió aquel mágico instante.

Volvía a ser 13 de junio, pero habían pasado varias horas ya desde que se había puesto el sol. Daniela seguía observando la fuerza que tenía Neptuno, impasible delante de ella. Por un segundo pensó que la señalaría avisándola que ya era hora de marcharse. Los turistas comenzaron a desaparecer de la plaza y ella miró su reloj. Eran más de las dos de la mañana y no se había movido de allí esperando a Giacomo. Observó la pequeña cesta que había preparado de fresas bañadas en chocolate y notó cómo su corazón se rompía. No quería enamorarse, pero su corazón se enamoró de Giacomo. Durante el resto del año cada uno vivía su vida, pero Daniela no pudo estar con nadie más. Sí, se había enamorado irremediablemente de un hombre al que solamente veía cinco días al año.
Negó con la cabeza y se levantó tirando las fresas a la papelera.
—Daniela eres idiota. —Subió las escaleras y al levantar la vista se encontró con los ojos negros de Giacomo.
—Así que te llamas Daniela. Has tardado cinco años en decírmelo. —Al escuchar su voz Daniela se estremeció por completo.
—Pensaba que no ibas a venir. —Daniela se acercó a Giacomo.
—Te dije que cada año estaría aquí, pero este será el último. —Daniela tembló sabiendo que aquel sueño que tenía con Giacomo cada noche se desvanecería en el momento exacto que se despidiesen.
—Lo entiendo. Tú habrás conocido a alguien y no podemos seguir así.
—Sí, he conocido a una mujer que me hace perder la cabeza durante 360 días al año. —A Daniela no le salían las cuentas—. Porque solo puedo estar con ella cinco días al año. Y no puedo seguir así. Daniela me vengo a vivir a Roma, no puedo vivir 360 días al año sin ti. Quiero estar a tu lado y que esta locura que empezó hace 5 años, dure 5.000 más. —Daniela soltó una carcajada.
—¡A ver si vamos a ser como estos monumentos!
—Claro que sí. Que cuando nos vean, sepan que Roma es la ciudad de los sueños, del amor y de las oportunidades para corazones con miedo. Te quiero, Daniela.

Da igual cinco minutos, cinco semanas o cinco años. Cuando el amor toca tu corazón, no existe un tiempo mínimo para disfrutarlo y vivirlo intensamente. Solamente hay que dejarse llevar, pedir un deseo y dejar que la magia llene tu vida.





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9 Comments

  1. Hola guapa!!
    Me ha encantado el relato y Roma ♥♥♥
    Fui de viaje de fin de curso y quiero volver, simplemente me enamoró :)
    Te acabo de seguir, ya que pensaba que lo había hecho :(
    Besostesss♡
    ~Yvaine

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    1. Muchas gracias Yvaine. La verdad es q yo estoy enamorada de Roma, creo que se puede notar un poco en el relato. Gracias por seguirme. Muaksssssssssss

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  2. Precioso Marta!! Un relato muy dulce!!
    Besos ;)
    "el fieltro de roma"

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  3. Ya sabes que me parece un relato alucinante! felicidades Marta!

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  4. Un relato precioso ¡¡¡
    Enhorabuena Marta

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